3/3/11

Indigo

Esta es la primera parte de una historia que habia comenzado a escribir, pero que al final nunca la continue...capaz ahora con tanto tiempo libre en las vacaciones me siente a escribir un poco mas ^^

Indigo. Primera parte.

La primera vez que escuché sobre la enfermedad índigo, tenía 6 años, cuando al hijo de una vecina lo llevaron a cuarentena los médicos de HOPE. En esos tiempos, nunca pensé que yo también podía ser un portador.

Nadie sabe en realidad que es la enfermedad. Simplemente se nos explica que es una enfermedad altamente contagiosa y que representa una grave amenaza para la seguridad nacional. El instituto HOPE fue creado para encargase de recibir a los pacientes enfermos y de colocarlos bajo una estricta observación, mientras se halla una cura. Los efectos de la enfermedad son, en su mayoría, desconocidos, la gente en realidad sólo conoce el primer síntoma evidente, que es la aparición de un halo color índigo alrededor de las pupilas. Toda persona que tenga conocimiento de alguien con dicho síntoma, debe informarlo a HOPE de inmediato, so pena de cárcel o peor, de muerte.

Mis padres eran dueños de una tienda de lentes en Hullenoive, un pueblo pequeño al sur de la ciudad de Anfagaunt. Mi madre murió dando a luz a mi hermana menor, estando yo muy joven, así que no tengo muchos recuerdos de ella. Mi padre nos crió a los dos con mucho amor, a pesar de lo estricto y severo que era en ocasiones. Él era un experto en óptica y creaba lentes especiales para quien los necesitara; teníamos en casa nuestro propio taller de vidriera y me divertía mucho aprender a manufacturar los cristales de los lentes.

A los diez años, mi padre me dio un par de lentes y me dijo que los usara siempre, y nunca me los quitara excepto para ir a dormir. En ese tiempo no entendía nada y simplemente use los lentes según mi padre me indicó sin contradecirle. Doce años pasaron y yo continué usando mis lentes, obedeciendo la palabra de mi padre.

Pero cuando uno es joven, creo que no se es posible controlar las emociones que nacen y estallan a cada rato; tal vez es por eso que uno hace tantas locuras en esa edad. A mis 22 años, me enamoré sin remedio.

Su nombre era Mary Ann, y era hija de un herrero. La primera vez que vi sus largos cabellos dorados y sus profundos ojos azul oscuros quedé prendado. Estuve cortejándola por meses, hasta que al fin accedió a tener una cita. Tenía un temperamento corto; creo que eso era lo que más me gustaba, hacerla enojar. Decidí que esa iba a ser la mujer con quién compartiría mi vida, así que tomé un segundo trabajo con el farmacéutico del pueblo para ahorrar dinero y pedirle su mano en matrimonio.

Cuando estábamos juntos, sentía que el mundo se detenía y nada importaba más que sus manos acariciando mi rostro. Era muy feliz. Una cálida tarde de otoño, nos sentamos junto al río a escuchar a los grillos cantar y cazar algunas luciérnagas. Antes de oscurecer, Mary Ann me besó dulcemente y paseó sus manos por mis mejillas. No me di cuenta en realidad cuando me quitó los lentes, sólo recuerdo su dulce voz diciéndome que quería verme por un momento sin esos viejos lentes que usaba siempre. En mi mente, el vívido recuerdo de su rostro dulce sonriendo era lo último grabado detrás de mis pupilas, por eso no supe entender lo que pasó al principio cuando abrí mis ojos y ella comenzó a gritar desesperadamente.

“¡Índigo, un índigo, me tocó un índigo, alguien auxilio!” era lo que gritaba Mary Ann.

A los pocos segundos caí en cuenta de lo que sucedía y corrí hacía mi casa, a cuatro leguas y media de allí. No me detuve a mirar atrás, de hecho, al comenzar a correr casi dejé de percibir la voz de Mary Ann; el único pensamiento en mi mente era llegar rápido a casa sin que nadie me viese huyendo.

Ya había oscurecido bastante, así que no había mucha gente en las calles. Abrí la puerta trasera de mi casa y entré a la cocina, dónde me topé de frente con mi padre. Mis ojos descubiertos se abrieron al máximo mientras miraba con terror la cara de mi padre, seria y sobria como siempre, mirándome fijamente como examinando mi alma. Cerré mis ojos por miedo, no quería continuar viendo esos ojos profundos e inexpresivos, y esperé un golpe, una reprimenda o un grito delator de que yo también era uno de los enfermos.

Pero no hubo nada de eso. Abrí los ojos luego de un minuto casi conteniendo la respiración y mi padre estaba en el armario, buscando algo. De allí sacó una caja mediana, la cual me entregó sin decir nada. Adentro había otro par de lentes, una pistola y algunas libras. Mi padre me dio la espalda y dijo – Hagas lo que hagas, debes marcharte. Si decides suicidarte, hazlo por favor en un lugar dónde no sea yo quien te encuentre. Si decides huir del país, usa ese dinero y esa pistola para abrirte el camino, por lo menos hasta Francia. Sea como sea, debes irte porque tú y yo ya no podemos tener ninguna relación. MI hijo murió en el momento en que esos lentes dejaron de cubrir la marca de su enfermedad.- dijo, con su voz flaqueando un poco al final de su última oración.

No creo que en ese momento comprendí del todo las palabras de mi padre, estaba oyendo sin escuchar; yo y mi rostro impávido salimos lentamente de la casa hacia la oscuridad de la noche…